Rumí, el gran sufí que fue rector de una Universidad en Kenia, capital de Anatolia (en la actual Turquía) y que dejó cientos de discípulos (entre ellos su hijo Walad) escribió: “¿Creéis que sé lo que hago,/ que por un segundo o incluso medio segundo,/ sé que versos saldrán de mi boca?” Es la poesía como rapto; el poeta está tomado por la inspiración divina y habla cosas que su cabeza a menudo no entiende porque quien habla es el corazón. Dice el proverbio árabe: “El corazón habla con razones que la razón no entiende”. Y los sufíes traducen eso a versos. Podrían ser argumentos que hicieran suyos movimientos como el surrealismo o tantos ismos que creen descubrir caminos inéditos desde su “modernidad”. Pero eso ya lo hacían los sufíes hace más de diez siglos, aunque con la diferencia de que ellos se sentían unidos a una tradición que comienza en el Corán y bebe directamente de la Palabra Divina. La suprema visión del sufismo es ver a Dios en todas partes, en cada átomo de la Creación y considerar cada parte como un reflejo de Su Gloria. “Cada rama, cada hoja y cada fruta revela algún aspecto de la perfección de Dios: el ciprés deja entrever Su majestad; la rosa evoca Su belleza” (Rumi).
Y en esa Belleza y esa Majestad de la Creación, la mujer ocupa un lugar destacado como excelsa teofanía. Por eso en la poesía sufí aparece tantas veces como figura espiritual que se convierte en símbolo de la divinidad y en la Amada que podrá salvarlo del mundo y elevar al poeta hasta la divinidad con el Amor como motor. También se conoce al sufismo como el Camino del Amor y obras tan representativas como la ya mencionada Layla y Majnún dejan constancia de ello y serán seguidas por multitud de otras en las que, unas veces con el nombre de Beatriz (Dante), otras con el de Laura (Petrarca), Ligeia o Leonor (Allan Poe), Dulcinea (El Quijote, Cervantes), vuelve a aparecer, como aparece en el canto de los trovadores a partir del Renacimiento, en óperas de Wagner o en el Fausto de Goethe en el romanticismo…, tomando siempre la misma visión que anticipó el sufismo: la mujer elevada por encima de todos los mortales y como vía hacia la perfección y la salvación. Habrá incluso destacadas mujeres sufíes que escriban poesía, la más conocida de todas tal vez Rabi´a, que dice en uno de sus poemas: “La fuente de mi soledad y sufrimiento está en lo profundo de mi corazón./ Es una enfermedad que ningún médico puede curar./ Sólo la Unión con el Amigo la puede curar”.